DISCURSO DEL PRÍNCIPE CARLOS SOBRE ISLAM Y MEDIO AMBIENTE EN LA UNIVERSIDAD DE OXFORD.




Por el equipo de ClickGreen. 
Publicado el jueves, 10 de junio de 2010.

El Príncipe Carlos de Gales dice que el sistema Islámico es el mejor para el medio ambiente.


El Príncipe Carlos ha hecho un llamamiento mundial para seguir los “principios espirituales” islámicos, y poder así proteger el medio ambiente.

El Príncipe de Gales realizó esta llamada al pronunciar un discurso acerca del Islam y el Medio Ambiente, en el Auditorio Sheldoniano de la Universidad de Oxford.

Uniendo dos de las más importantes líneas de trabajo de Su Alteza Real en las tres últimas décadas –fe y medio ambiente- el Príncipe pronunció el discurso que conmemoraba el 25 aniversario del Centro Oxford para los Estudios Islámicos, del que es Presidente de Honor.

El punto fundamental de la conferencia (estaba relacionado con) la toma de conciencia del daño que la Humanidad está causando al medio ambiente, así como la importancia de dar pasos para detenerlo antes de que sea demasiado tarde.

Señaló que uno de los muchos aspectos que tienen en común las grandes tradiciones religiosas del mundo, es enfocarse con fuerza en la protección del medio ambiente – como creación de Dios.

El Príncipe animó a las personas de fe de todo el Mundo a reconectarse con las enseñanzas sagradas de su propia tradición que tengan que ver con ello, diciendo que todas las grandes tradiciones de fe están enraizadas en la comprensión de que el hombre es parte de la naturaleza, no está aparte de la naturaleza, y de que tiene que vivir siempre dentro de los medios y límites de la naturaleza.

Exponiendo en detalle las enseñanzas del Islam sobre este tema, el Príncipe hizo notar que el Qu’ran describe a la naturaleza como posesora de una “inteligibilidad”, enseñándonos que no existe separación entre el hombre y la naturaleza, ya que no existe separación entre el mundo natural y Dios.

El Príncipe señaló que esta enseñanza también es evidente en el Judaísmo y en su propia tradición, la Cristiandad. Hizo notar que esta comprensión está particularmente bien expresada en los escritos de los poetas y eruditos islámicos, y en poetas occidentales como Wodsworth.

En su esfuerzo por llevar la atención hacia lo que une a las tradiciones religiosas, en lugar de hacia lo que las separa, el Príncipe dijo que existen más similitudes que diferencias en las aproximaciones de las diferentes confesiones.

Fomentar buenas relaciones entre todas las comunidades religiosas –señalando tales similitudes y temas en común- ha sido parte del trabajo del Príncipe durante más de 25 años.

En un discurso en el Centro Oxford para los Estudios Islámicos, en 1993, el Príncipe (ya) señaló la muy importante necesidad de un mayor entendimiento entre Occidente y el Islam, e inició su discurso de hoy reiterando la necesidad de ayudar a las comunidades y grupos religiosos minoritarios a integrarse en la Sociedad Británica.

La afirmación final del Príncipe fue que es incorrecto considerar la tradición y la sabiduría tradicional (como las que encuentran en las enseñanzas de las grandes confesiones del mundo) como retrógradas. Su Alteza Real (afirma) que la sabiduría tradicional puede armonizarse con las necesidades modernas – y que, en lugar de retrógradas son, en realidad, visionarias.

Su Alteza Real, Presidente de Honor del Centro Oxford para los Estudios Islámicos, habló en el Auditorio Sheldoniano de la Universidad de Oxford. (A continuación se incluye) una trascripción de su discurso completo:

“Es un muy gran placer para mí estar aquí hoy, para ayudaros a conmemorar el veinticinco aniversario del Centro Oxford. Mientras que hay trozos de vuestro Presidente de Honor que llevan decreciendo desde el último cuarto de siglo, ¡veo que en el Centro siguen añadiéndose! En todo caso, no puedo expresar lo alentado que me siento de que, conjuntamente con la Fundación Príncipe de Gales, el número de plazas (de socio) que ofrecéis siga creciendo, y también de que este verano vayáis a acoger al quinto grupo de jóvenes de vuestro programa “Joven Liderazgo Musulmán”, que funciona coordinadamente con las entidades caritativas (que dirijo). Se trata de una contribución vital dentro del (trabajo que busca) fomentar la autoestima de los jóvenes musulmanes – por los que me preocupo profundamente.

Ha sido una de mis grandes preocupaciones el reafirmar y animar a los grupos y comunidades religiosas que son minoritarias en este país. De hecho, a lo largo de los últimos veinticinco años, he intentado encontrar la mayor cantidad de caminos posibles para ayudar a que se integren en la sociedad Británica, y para construir buenas relaciones entre nuestras comunidades de fe. Considero que la mejor forma de conseguir esto es enfatizando la unidad presente en la diversidad. Sólo de este modo podemos garantizar la equidad y construir un respeto mutuo dentro de nuestro país. Si lo conseguimos aquí, quizá seamos capaces de dar ejemplo en todo el mundo.

Estoy un poco alarmado, porque hace diecisiete años desde la última vez que vine aquí al Sheldoniano, para dar una conferencia en el Centro que estaba precisamente intentando hacer esto. La titulé “Islam y Occidente” y, por lo que puedo decir, fue un acierto claro, y no solamente aquí en el Reino Unido. Aún me recuerdan lo que dije, sobre todo cuando viajo al mundo Islámico –de hecho, debido a que fue impresa, lo creáis o no, ¡es el único discurso que he hecho nunca que sigue produciendo un pequeño beneficio!

Quería dar aquella conferencia para buscar soluciones a los peligros de la ignorancia y la falta de entendimiento mutuo entre el mundo Islámico y el Oeste, que percibí eran crecientes tras la Guerra Fría. Desde entonces, la situación ha mejorado y también empeorado, dependiendo de dónde os fijéis. Ciertamente, el tipo de avances que realiza el Centro Oxford han ayudado a fortalecer la confianza y el entendimiento, pero todos sabemos perfectamente que algunas de las cosas acerca de las que advertí en aquella conferencia han sucedido desde entonces, tanto aquí como en el resto del mundo. Por ello, es de una tremenda importancia que continuemos trabajando para sanar las diferencias y superar los prejuicios que aún existen. Sigo confiando en que ello es posible, debido a los muchos valores que todos compartimos, y que tienen una poderosa capacidad para unirnos, (prefiriéndolo a la situación de) cuando tales valores son olvidados – o ignorados a propósito.

Curar las divisiones también es mi tema de hoy, aunque esta vez no son las diferencias entre culturas lo que quiero explorar, sino la fractura que amenaza de forma mucho más esencial la salud y bienestar de todos nosotros: la separación creciente, de la que estamos siendo testigos de tantas formas, entre la humanidad y la Naturaleza.

Muchos de los sistemas decisivos, de apoyo a la vida dentro de la Naturaleza, están luchando en este momento bajo la presión de la industrialización global. Pensar en cómo van a (conseguir sobrevivir) si millones de (nuevas) personas quieren alcanzar los niveles de consumo occidentales, es una (preocupación) alarmante. Los problemas van a empeorar mucho, y son muy reales. Sea lo que sea lo que hayáis leído en los periódicos, especialmente acerca del cambio climático, durante los preparativos la conferencia de Copenhague del año pasado, (la realidad es que) nos enfrentamos a muchos y muy serios problemas relacionados entre sí, que son objeto de registros científicos precisos.

Basándonos en hechos reales: durante el último medio siglo, por ejemplo, hemos destruido al menos un treinta por ciento de los bosques tropicales mundiales y, si continuamos talándolos a este ritmo, en 2050 nos vamos a encontrar con una situación muy preocupante. De hecho, en los tres años que han pasado desde que inicié mi Proyecto Rainforest para intentar ayudar a encontrar una solución innovadora a la deforestación tropical, se han perdido más de 30 millones de hectáreas y, con ellas, este planeta ha perdido unas 80.000 especies. Cuando consideráis que un área determinada de árboles ecuatoriales evapora ocho veces la cantidad de agua de lluvia de un fragmento de océano equivalente, empezaréis a daros cuenta rápidamente de cómo esta desaparición puede afectar a la productividad de la Tierra. Producen billones de toneladas de agua cada día, y sin esa lluvia la seguridad alimentaria mundial se hará muy inestable.

Pero también existen otros hechos. En los últimos cincuenta años, nuestro enfoque industrializado de la agricultura ha degradado un tercio de la capa superficial de la Tierra. Esto es un hecho. También hemos pescado en los océanos de forma tan extensiva que, si continuamos (mucho más) al mismo ritmo, probablemente veamos el fin de las piscifactorías (naturales), a nivel global, dentro de cuarenta años. Es otro hecho. Y después existen cantidades colosales de desechos que contaminan la Tierra – las muchas zonas muertas, donde nada puede vivir, en muchos de los grandes estuarios y diversas partes de los océanos; o esas inmensas balsas de plástico que ahora se mueven a la deriva por el Pacífico. ¿Podéis creer que una de ellas, frente a la costa de California, está compuesta por 100 millones de toneladas de plástico, y que ha doblado su tamaño en la última década? Ahora tiene por lo menos seis veces el tamaño del Reino Unido. ¡Y nos llamamos civilizados!

Todos estos son problemas muy reales, y son hechos –todos ellos resultado evidente de la absoluta industrialización de la vida. Pero lo que es menos lógico es la actitud y la visión generales, que perpetúan este sistema tan peligrosamente destructivo. Es un sistema que actúa en contra de las enseñanzas de todas y cada una de las tradiciones sagradas del mundo, incluyendo el Islam.

He de decir que lo que me sorprende es que, sin tener en cuenta que valoremos o no las tradiciones sagradas tal como deberíamos, los hechos económicos puros y duros muestran que esta aproximación mayoritaria es cada vez más irracional. Imagino que pocos de ustedes están familiarizados con el informe provisional del estudio de las Naciones Unidas denominado “La Economía de los Ecosistemas y la Biodiversidad”, publicado en el 2008. Describía una imagen revulsiva de lo que perdemos en simples términos económicos, al destruir los sistemas naturales y los servicios que los mismos aportan al mundo. En primer lugar, calcularon que destruimos el valor de unos 50 billones de dólares de lo que costaría un sistema que produjera estos servicios cada año. Describiendo la pérdida de tales servicios a lo largo de un período de veinte años, su estimación es que, en términos financieros, la economía global incurre en pérdidas anuales de entre 2 y 4,5 trillones de dólares – todos los años.


Para poner esta cifra un poco en perspectiva, la reciente caída del sistema bancario mundial causó una única pérdida, limitada a 2 trillones de dólares. Me pregunto por qué (la otra) pérdida anual, (mucho) mayor, no atrae el mismo tipo de afán mediático (que) la crisis bancaria.


Esto debería (llevarnos a la conclusión) de que hay un error en la suma, que no necesita un matemático de Oxford para ser comprendido –con los recursos finitos de la Naturaleza, repartidos entre nuestro cada vez más rapaz deseo de crecimiento económico continuo, no salen las cuentas. Estamos viviendo claramente por encima de nuestras posibilidades, consumiendo en este momento recursos del capital (de renovación) de la Tierra, de forma más rápida de lo que los podemos reponer.


A lo largo de los años, he señalado una y otra vez que nuestros problemas ambientales no se pueden resolver simplemente implementando aún más y más nuestra brillante tecnología verde – aunque es muy importante. No sirve de nada arreglar la bomba extractora, si no arreglas el pozo.


Cuando digo esto, todo el mundo asiente (convencido), pero tengo la impresión de que muchos no están dispuestos a (aceptar las implicaciones) a que realmente estoy refiriéndome, quizás porque el elemento que falta está situado fuera de los parámetros de la visión secular dominante. Es este “elemento que falta” el que me gustaría examinar hoy.


En resumen, cuando hablamos de una “crisis del medio ambiente”, o incluso de una “crisis financiera”, diría que estamos hablando en realidad de las consecuencias exteriores de una profunda crisis interior del alma. Es una crisis en nuestra relación con –y en nuestra percepción de- la Naturaleza, y ha nacido en la cultura occidental, dominada durante al menos doscientos años por un enfoque mecanicista y reduccionista de la forma científica de comprender el mundo que nos rodea.


Por ello, quisiera que hoy reflexionaran muy seriamente acerca de si gran parte de la solución de todas nuestras “crisis” de ámbito mundial, no va a radicar simplemente en (tener) más y mejor tecnología, sino en recuperar del alma dentro de las formas de pensamiento establecidas. Nuestra ciencia y tecnología no pueden conseguirlo: únicamente las tradiciones sagradas tienen la capacidad de ayudar a que ocurra.


En general, vivimos dentro de una cultura que ya no cree mucho en el alma –o, si lo hace, no lo admite públicamente, por miedo a ser tachados de anticuados, de haber perdido el paso de los “imperativos modernos”, o (de ser) “anti-científicos”. La visión empírica del mundo, que lo mide y lo comprueba, se ha convertido en el único punto de vista en que creer. La aproximación puramente mecanicista a los problemas ha conseguido, de alguna forma, una posición de gran autoridad, y esto ha promovido la amplia secularización de la sociedad, de la que somos testigos hoy en día. Esto es así, a pesar del hecho de que algunos de los hombres de ciencia, que fundaron instituciones como la Royal Society, eran también hombres de profunda fe. También es así, a pesar del hecho de que una gran cantidad de nuestros científicos actuales profesan una fe en Dios. Conozco una reciente encuesta que habla de que lo hacen más del setenta por ciento de científicos.


Debo decir que lo encuentro bastante desconcertante. Si es así, ¿por qué su sentido de lo sagrado tiene tan poca relación con la forma en que la ciencia se está utilizando para explotar el mundo natural de tantas formas dañinas?


Supongo que tiene que ver con quién paga las consecuencias. Durante los dos últimos siglos, la ciencia se ha uncido cada vez más a las ambiciones del comercio. Dado que existen enormes beneficios económicos en tal unión, la sociedad ha sido persuadida de que no hay ningún mal en ello. Y así, gran parte de la investigación empírica está siguiendo actualmente el imperativo de que sus hallazgos tienen que emplearse para (conseguir el) máximo efecto financiero, sea cual sea el impacto que esto pueda tener sobre la capacidad que tenga la Tierra para soportarlo a largo plazo.


Este desequilibrio, donde predomina tanto el pensamiento mecanicista, se remonta, por lo menos, a la afirmación de Galileo según la cual no hay nada en la Naturaleza más que cantidad y movimiento. Esta es la visión que continúa enmarcando la percepción general del modo en que el mundo actúa, y de la forma en que nosotros encajamos en el esquema de las cosas. Como resultado, la Naturaleza se ha convertido por completo en un objeto –“Ella” se ha convertido en “eso”-, y se nos convence para concentrarnos en el aspecto material de la realidad que encaja con el esquema de Galileo.


Comprender el mundo desde un punto de vista mecánico, y emplear después este conocimiento, ha sido siempre, por supuesto, parte del desarrollo de la civilización humana pero, en la medida en que nuestra tecnología se ha hecho cada vez más sofisticada, y nuestros métodos industriales mucho más potentes, el nivel de destrucción actual es potencialmente mucho más amplio e incontenible, especialmente si añadimos a la mezcla el énfasis que tenemos en el consumismo.


Fue un gran científico, Goethe, quien consideró la vida como el principio masculino luchando constantemente para alcanzar al “eterno femenino” –lo que los griegos llamaban “Sofía”, o sabiduría. Es una lucha, dijo, alimentada por la fuerza del amor. No creo que esta sea la forma en que hoy ocurren las cosas. Nuestros esfuerzos en el mundo industrial, de ninguna manera está alimentados por el amor a la sabiduría. Están mucho más centrados en el deseo de (conseguir) el mayor beneficio financiero posible.


(Todo) esto no tiene en cuenta las enseñanzas espirituales de tradiciones como el Islam, que saben que no son nuestras necesidades animales las que son absolutas, sino que lo es nuestra esencia espiritual, una esencia hecha para el infinito. Pero con el consumismo actual, este elemento clave de nuestro modelo económico, nuestro deseo natural, espiritual, del infinito, es dirigido constantemente hacia lo finito. Nuestra perspectiva espiritual ha sido arrasada y hecha prosaica, mientras se nos persuade para canalizar todo nuestro deseo natural, interminable, por lo que los poetas islámicos denominaban “el Amado”, solamente en la dirección de más y más objetos materiales. Desafortunadamente, olvidamos que nuestro deseo espiritual nunca puede satisfacerse por completo. Es justamente un deseo inacabable. Pero cuando tal deseo se enfoca sólo en lo terrenal, se convierte en potencialmente desastroso. El (ansia) constante de más y más cosas crea un alarmante vacío y, tal como nos estamos dando cuenta ahora, daña enormemente a la Tierra y crea una infelicidad inacabable para muchas, muchas personas.


Confío en que estén empezando a ver de qué estoy hablando. El completo dominio del enfoque científico mecanicista, por encima de todo lo demás, incluyendo la religión, ha “des-almado” la visión (de las cosas) que predomina en el mundo (actual), incluida nuestra percepción de la Naturaleza. A medida que el alma va saliendo del primer plano, está siendo cortado nuestro más profundo lazo con el mundo natural. Nuestro sentido de la relación espiritual entre los humanos, con la Tierra y su gran diversidad de vida, se ha vuelto tenue. Se pone todo el énfasis en el proceso mecánico de aumentar el crecimiento de la economía, de hacer que todos los procesos sean cada vez más “eficientes”, y de lograr tantas comodidades como sea posible: no se puede decir que ninguna de las anteriores tenga a Dios por meta. Y así, por muy poco moderno que sea sugerirlo, tengo la intención de insistir aquí en la necesidad de curar esta división (que existe) entre nosotros. ¿De qué otra forma podemos curar la división entre el Este y el Oeste, a menos que reconciliemos al Este y el Oeste dentro de nosotros mismos? Todo lo que existe en la Naturaleza es una paradoja, y parece llevar consigo la paradoja de los opuestos. Curiosamente, esto es lo que mantiene el equilibrio esencial: únicamente los seres humanos parecen introducir un desequilibrio. Seguramente, la tarea es reconectarnos con la sabiduría que se encuentra en la Naturaleza, en la que ha puesto énfasis cada una de las tradiciones religiosas, cada una a su modo.


Mi comprensión del Islam es de que advierte que negar la realidad de nuestro ser interior nos lleva a la oscuridad interior, que rápidamente puede extenderse hacia el exterior, al mundo de la Naturaleza. Si ignoramos la llamada del alma, entonces destruimos la Naturaleza. Para comprender esto, hemos de recordar que somos Naturaleza, no objetos inanimados como piedras: reflejamos los patrones universales de la Naturaleza. Y, de este modo, no somos una parte que pueda de algún modo desconectarse a sí misma y tomar un punto de vista puramente objetivo.


Por lo que conozco del Qu’ran, describe una y otra vez el mundo natural como el trabajo de las manos de un poder unitario benevolente. Describe de forma muy explícita la Naturaleza como poseedora de “inteligibilidad (comprensión/conciencia)”, (diciendo además) que no existe separación entre el Hombre y la Naturaleza, precisamente debido a que no existe separación entre el mundo natural y Dios. Ofrece una visión completamente integrada del Universo, donde religión y ciencia, mente y materia son parte de un todo viviente, consciente. De ello se deduce que somos seres finitos contenidos dentro de una infinitud, y cada uno de nosotros es un microcosmos (dentro) del total. Ello me sugiere que la Naturaleza es un socio consciente, nunca un esclavo mecánico de la humanidad, y nosotros somos Sus arrendatarios; los invitados de Dios por un tiempo muy corto.


Si se me permite citar el Qu’ran, “¿Habéis reflexionado sobre (este hecho): si vuestra agua desapareciera dentro de la Tierra, quién podría traeros manantiales?” Esta es la hospitalidad Divina, que nos brinda nuestras provisiones y nuestras moradas, nuestros vestidos, herramientas y transportes. La Tierra es robusta y prolífica, pero también delicada, sutil, compleja y diversa, por lo que nuestro efecto tiene que ser siempre suave –o el agua desaparecerá, tal como está haciendo en lugares como el Punjab en la India. Allí, los métodos agrícolas industriales se basan en la utilización de semillas altamente productivas y fertilizantes químicos, los cuales requieren mucha más energía, y también mucha más agua. Como consecuencia, el nivel freático está bajando de forma dramática –he estado allí, lo he visto-: por el momento, en casi un metro al año. Los agricultores punjabis se ven obligados ahora a cavar costosas perforaciones (con máquinas), de más de 6000 m. de profundidad, para llegar a lo que queda del agua y, como resultado, sus deudas siguen ampliándose, y la sal sube a la superficie, contaminando el suelo.


Este no es un modo sostenible de cultivar comida y mantener el bienestar de las comunidades. No respeta la hospitalidad Divina. Los costes en que incurre deberán ser asumidos por aquellos que hereden lo que se está convirtiendo rápidamente en una arruinada y raída trama de la vida. Así que, pensando en ellos, tenemos que admitir que los beneficios inmediatos, a corto plazo, de nuestra aproximación mecanicista predominante son demasiado costosos como para que sigan dominando nuestro modo de vida.


Esto ocurre cuando se abandonan los principios y prácticas tradicionales –y, con ellos, todo sentido de reverencia por la Tierra, que es un elemento inseparable de tradiciones espiritualmente enraizadas y con visión de conjunto como el Islam-, del mismo modo en que (en un tiempo) habían estado firmemente alojadas en el acervo filosófico del pensamiento occidental. Los estoicos de la Antigua Grecia, por ejemplo, mantenían que el “conocimiento correcto”, como lo llamaban, se consigue viviendo de acuerdo con la Naturaleza, con una correspondencia o empatía entre la verdad de las cosas, el pensamiento y la acción. Consideraban que era nuestro deber alcanzar una sintonía entre la naturaleza humana y el más noble esquema del Cosmos.


A propósito, esta es también la enseñanza del judaísmo. El Libro del Génesis dice que Dios situó a la Humanidad en el jardín “para que lo atendiera y lo cuidara”, para prestarle servicio y conservarlo en beneficio de las generaciones futuras. “Adamah” en hebreo significa “el que se ha extraído de la tierra”, por lo que Adán es un hijo de la Tierra. En mi propia tradición, el cristianismo, se hace explícita la inmanencia de Dios por la encarnación de Cristo. Pero no olvidemos tampoco que, a lo largo del Nuevo Testamento cristiano, Cristo con frecuencia se refería a Sí Mismo como “El Hijo del Hombre”, que en hebreo se dice “Ben Adam”. Él, también, es un “hijo de la Tierra”, mostrando sin duda la misma conexión explícita entre la naturaleza humana y el conjunto de la Naturaleza.


Incluso los textos gnósticos apócrifos están imbuidos del mismo principio. Los fragmentos de uno de los más antiguos, atribuido a María Magdalena, nos enseñan que: “El apego a la materia da fuerzas a la pasión contra la Naturaleza. Así surgen problemas en el cuerpo entero; es por eso que os digo, permaneced en armonía”. En todos los casos, el mensaje está claro. Nuestro objetivo concreto es conectar la tierra con el Cielo. Así que separarnos a nosotros mismos, dentro de una oscuridad interior, (nos) lleva a lo que el poeta irlandés W.B. Yeats advirtió a inicios del siglo veinte. “El halcón no puede escuchar al halconero”, escribió, “las cosas se desmoronan y el centro no puede sostenerlas”.


El modo de vida tradicional dentro del Islam es muy claro en relación al “centro” que mantiene unida la relación. Por lo que sé de sus enseñanzas y comentarios básicos, el principio relevante que hemos de tener presente es que existen límites a la abundancia de la Naturaleza. Estos límites no son arbitrarios, son los límites impuestos por Dios y, como tales, si mi comprensión del Qu’ran es correcta, se ordena a los musulmanes que no los transgredan.


Tal enseñanza es difícil de integrar si basas toda tu comprensión del mundo únicamente en términos empíricos. Cuatrocientos años de confiar en la prueba y la comprobación científica de los hechos han hecho prevalecer la visión de que la espiritualidad y la fe religiosa son expresiones anticuadas de creencia supersticiosa. Después de todo, el empirismo ha demostrado hoy en día que el mundo encaja, sin que tenga nada que ver con un “Ser Superior”. No existe evidencia empírica acerca de la existencia de Dios, por lo que (llegamos) a lo que queríamos demostrar, que Dios no existe. Es un argumento muy razonable, racional, por lo que supongo que puede ser aplicado del mismo modo al “pensamiento”. Después de todo, ningún escáner ha conseguido fotografiar nunca un pensamiento, ni un trozo de amor, ni nunca lo hará. Así que llegamos a lo que queríamos demostrar, ¡que el “pensamiento” y el “amor” tampoco existen!


Está claro que existe un punto, más allá del cual el empirismo no puede construir un sentido global del mundo. Trabaja demostrando hechos, probándolos mediante el método científico. Es un tipo de lenguaje, y uno muy bueno, pero es un lenguaje que no puede abarcar experiencias como la fe o el significado de las cosas – no puede articular las cuestiones del alma. Es por ello que expulsa al alma constantemente del marco de referencia.


Pero tenemos otros tipos de “lenguaje”, como bien se sabe en el Islam, mucho mejores para abordar el reino del alma y las cuestiones de significado. De hecho, cada uno de ellos es un aspecto diferente del lenguaje (de que hablamos): cada uno aborda aspectos diferentes de la verdad y, si ponéis juntos empirismo, filosofía y la percepción espiritual de la vida, igual que ha hecho siempre la mejor y más rica tradición islámica, tenderán a complementarse bastante bien.


Considerad el punto de inflexión que representó esto, por ejemplo en los siglos nueve y diez (de nuestra era), durante la denominada “Edad de Oro del Islam”. Fue un periodo en que dio lugar a un florecimiento espectacular en el avance científico, que (en este caso) estaba completamente basado en una antiquísima comprensión filosófica de la realidad, y (procedía) de una profunda espiritualidad, que conllevaba una profunda reverencia por el mundo Natural. (Tenían) una visión integrada del mundo, que reflejaba la verdad eterna de que toda vida está enraizada en la unidad del Creador: éste es el testimonio de la fe, ¿no es así?, expresado en el aspecto contemplativo de la esencia sin forma de la haqîqa del Qur’an. Es la noción de Tawhîd, la unicidad de todas las cosas dentro del abrazo de la unidad Divina.


Los escritores islámicos, ¡lo expresan tan bien! Ibn Khaldûn, por ejemplo, quien enseñó que “todas las criaturas están sujetas a un sistema regular y ordenado. Las causas están unidas a los efectos, y cada uno está conectado con los demás”. O el gran Shabistâri, en la Persia del siglo catorce, quien habló del mundo como “Un espejo de la cabeza a los pies, en cada átomo cien soles resplandecientes, donde mora un mundo en el corazón de una semilla de mijo”. Palabras que resuenan, ¿no os parece?, con las famosas líneas de William Blake, “Ver un mundo en un grano de arena, y un cielo en una flor silvestre”.


Otros poetas occidentales también han captado esta verdad. William Wordsworth, quizá uno de nuestros mayores poetas de la Naturaleza, describe “un sentido sublime de algo que está mucho más inter-fusionado… un movimiento y un espíritu que impele a todas las cosas pensantes, a todos los objetos de pensamiento, y que gira a través de todas las cosas”. Cito a estos poetas porque nos ayudan a identificar este “sentido sublime”, y nos inspiran a reverenciar el mundo de la creación.


La reverencia no es un conocimiento basado en la ciencia. Es una experiencia, siempre mediatizada por el amor, a veces inducida por el mismo; y el amor viene de la cercanía. Si quitáis la reverencia y disminuís nuestra relación espiritual con la vida, se establece en vosotros la idea de que quizás somos poco más que un grupo surgido al azar de individuos aislados, obsesionados consigo mismos, desconectados de la presencia innata de la vida y des-anclados de cualquier sentido de deber hacia el resto del mundo. Somos libres de actuar irresponsablemente. De ese modo, hacemos como que no vemos aquellas islas de plástico en el mar, o el tratamiento infligido a los animales en las granjas de cría intensiva. Y es por esta razón que el denominado “principio de precaución” es lanzado muchas veces por la ventana.


Este principio es el que nos haría pensarlo dos veces si, por ejemplo, tuviéramos que subirnos a un vehículo que tuviera un noventa por ciento de posibilidades de chocar y, pensando que el peligro no estaba probado más allá de toda duda, creyéramos que era seguro embarcarnos en ese viaje. Así es como nos comportamos en muchos aspectos importantes –en cuestiones como la modificación genética o el cambio climático. Seguimos adelante, negando que pueda haber efectos colaterales, incluso si nuestra intuición nos advierte de que seamos precavidos, o incluso cuando hay pruebas al efecto. Recientemente, por ejemplo, apareció en las noticias que, por cuarto año consecutivo, más de un tercio de las colonias de abejas mieleras de los Estados Unidos no habían sobrevivido al invierno. Más de tres millones de colonias en los Estados Unidas, y billones de abejas mieleras en el mundo entero, habían muerto. Los científicos dicen que están muy lejos de saber qué es lo que está causando este derrumbe catastrófico, pero hay muchas pruebas de que los pesticidas modernos tienen parte en ello. Dado que las abejas, al igual que casi todos los demás bichos, son insectos, a mi me parece que era algo (de esperar). Y aún así seguimos con un enfoque de la agricultura intensiva, mecanicista y estrecho de miras, centrado en altos rendimientos a cualquier precio. Así que rociamos los campos con pesticidas para matar a los insectos. Es bastante estrambótico cómo continuamos confiando nuestra seguridad alimentaria a las mismas sustancias que están destruyendo el ciclo armónico que produce nuestra comida. Realmente es una forma de arrogancia colectiva, y me pregunto con frecuencia si, aquellos que practican en estas cuestiones un escepticismo tan bien ensayado, se darán cuenta nunca de que “el Emperador no lleva ropas”.


Por ello es por lo que son importantes la sabiduría y enseñanzas que ofrecen las tradiciones sagradas como el Islam –y, si se me permite decirlo, es por lo que aquellos que sostienen y luchan por preservar sus (propias) tradiciones sagradas, en los diferentes lugares del mundo, tienen todos los motivos para ir ganando confianza en sus razones. El mundo islámico es el custodio de uno de los mayores tesoros de sabiduría acumulada y conocimiento espiritual de que dispone la humanidad. Es tanto la noble herencia del Islam como un regalo inestimable para el resto del mundo. Y aún así, con mucha frecuencia, esta sabiduría viene oscurecida actualmente por la tendencia dominante hacia el materialismo occidental –la sensación de que para ser verdaderamente “moderno” tienes que imitar a Occidente.


Para contrarrestar esta tendencia, he hecho lo que he podido, conjuntamente con mi Escuela de Artes Tradicionales, para nutrir y fomentar las habilidades artesanas tradicionales y sagradas –(no quedando en último lugar) de ningún modo las del Islam-, debido a que mantienen con vida una forma de ver las cosas que nos es vital, aunque la moda del corto plazo las considere irrelevantes. La geometría y patrones que se enseñan en la Escuela son la base de las muchas artesanías que han sido prácticamente abandonas en muchos lugares del mundo, incluyendo el mundo islámico. Que estén siendo olvidadas es una tragedia de proporciones monumentales, ya que son un reflejo de las matemáticas espirituales ubicuas en la Naturaleza. Como enseña de manera muy concreta el Islam, es un esquema que refleja los mismos fundamentos de nuestro ser. Es la imaginación Divina, por decirlo así; la inefable presencia que es el aliento sagrado de la vida. Tal como lo explicó el místico del siglo diecisiete, Ibn Âshir, al practicar estas artes se “ve al Uno que se manifiesta en la forma, no la forma en sí misma”.


Para muchas personas del mundo moderno, esto es difícil de entender, porque la imagen de Dios ha sido muy distorsionada. “Dios” es visto como, de algún modo, fuera de “Su” creación, más que como elemento del desarrollo de la misma –lo que el poeta galés, Dylan Thomas, llamó “la fuerza que de la fusión verde produce la flor”. Al ser el principio que fundamenta el Cosmos, el Cosmos es el resultado del conocimiento de Dios, y de que aquél conozca al Dios increado. Nótese el énfasis aquí en “in”-creado. Es de una profunda importancia. La base de toda existencia está en esta relación.


Sospecho que la relación por la que este punto de vista está tan poco de moda, es porque la experiencia de participar en la presencia viviente, creativa, de Dios se nos ofrece en todas las tradiciones, no por el empirismo, sino mediante la revelación. Éste es un raro y precioso regalo, concedido únicamente a aquéllos cuya suprema humanidad y gran capacidad de humildad consigue dominar por sobre el ego. Viene en el momento en que “el conocedor y el conocido” se hacen uno –el momento en que la mente del Hombre se une a la mente de Dios.


Esto, por supuesto, no se considera factible desde un punto de vista empírico, pero la revelación es una forma de conocimiento muy diferente del conocimiento científico, basado en evidencias; y no puedo insistir lo suficiente sobre este punto: rechazando este proceso y descartando lo que ofrece a la humanidad, estamos eliminando una cuerda de salvamento muy importante para el futuro.


He de decir que, una vez que mezclas los diferentes lenguajes –unes el empírico y el espiritual, tal como estoy sugiriendo, y como he estado intentando decir durante mucho tiempo-, empiezas a preguntarte por qué los escépticos piensan que el deseo de trabajar en armonía con la Naturaleza es tan anticientífico. ¿Por qué se considera preferible abandonar nuestra relación más verdadera con el “ser” de todas las cosas; limitarnos a la ciencia de la manipulación, en lugar de sumergirnos en la más amplia ciencia de la comprensión? Parecen argumentos muy extraños porque, tal como entiende claramente el Islam, es imposible en la actualidad divorciar a los seres humanos de los patrones y procesos de la Naturaleza. El Qur’an se considera la “última Revelación”, aunque reconoce claramente cuál es el primer libro. Este libro es el gran libro de la creación, de la misma Naturaleza, que ha sido dado por garantizado en nuestro mundo moderno, y necesita ser devuelto a su posición original.


Así que, teniendo todo esto presente, me gustaría proponerles un reto, si se me permite; un reto que confío llegue más allá (del ámbito) de la presente audiencia. Es el reto de movilizar a los eruditos, poetas y artistas islámicos, así como a aquellos artesanos, ingenieros y científicos que trabajan con y dentro de la tradición islámica, para que identifiquen las ideas generales, las enseñanzas y las técnicas prácticas dentro de la tradición, que nos pueden ayudar a trabajar con la esencia de la Naturaleza en lugar de contra ella. Me gustaría urgiros a reflexionar acerca de si podemos aprender algo de la profunda comprensión que tiene la cultura islámica del mundo natural, para que nos ayude en los temibles retos a que nos enfrentamos. ¿Existen algunos, por ejemplo, que nos puedan ayudar a preservar nuestros preciosos ecosistemas y piscifactorías marinos? ¿Existen métodos tradicionales para evitar el daño a los sistemas naturales que (estén relacionados) con el principio de sostenibilidad dentro del Islam?


Para darles una idea de a qué me refiero, permítanme ofrecerles algunos ejemplos, tomados del trabajo realizado en mi Escuela de Artes Tradicionales, donde los trabajadores del proyecto han demostrado que la reintroducción de las habilidades artesanas tradicionales da coherencia a las vidas de (estas) personas, tal vez a causa de su fusión de lo espiritual con lo práctico.


Desde que la fundé, la Escuela ha ayudado a recuperar estas habilidades en lugares tan alejados como Jordania y Nigeria. También ayuda a construir puentes dentro de las comunidades de (nuestro propio) país que han sufrido las peores fracturas (sociales). En Burnley (Lancashire), por ejemplo, los trabajadores del proyecto han estado enseñando a niños de diferentes procedencias una visión integrada del mundo, (mediante) la utilización de los esquemas de la geometría sagrada islámica. Esto no sólo ha inspirado la imaginación de los niños participantes, sino también de sus profesores. Me dicen que han descubierto un enfoque mucho más integrado de la educación, donde las matemáticas y el arte no son ajenos entre sí, sino que se (pueden) verse como las dos caras de una moneda, y directamente enraizados en los procesos y patrones de la Naturaleza.


En Afganistán, acabo de ser testigo del trabajo que se está realizando bajo el paraguas de lo que hemos llamado “La Fundación de la Montaña de las Turquesas” –una iniciativa que lancé hace algunos años-, que está llevando a cabo programas educativos similares, así como cursos de capacitación en artesanía. También está ayudando a la regeneración urbana del antiguo barrio histórico de la ciudad, acompañando a personas que inician proyectos empresariales en los que utilizan las habilidades artesanas que han aprendido.


Por ejemplo, en la construcción de escuelas, se le muestra a la gente cómo utilizar ladrillos de adobe, que valen una cuarta parte del precio de los bloques de cemento que utilizan otros organismos, además de ser resistentes a los terremotos, cosa que el cemento no es. (También) son mucho mejores frente a las temperaturas extremas –los edificios de adobe son más frescos en verano y más cálidos en invierno. Y, lo que es más, se hacen con mano de obra local y materiales locales, naturales. Así que estas escuelas son un buen ejemplo de cómo la sabiduría tradicional se conjuga con las necesidades modernas. Después de todo, ¡sigues pudiendo usar ordenadores y otras tecnologías modernas en un edificio de adobe! Y además, de forma más confortable, dado que están más adaptados a las condiciones locales.


Cuando finalmente conseguí llegar a Kabul a principios de este año –después de varios años de intentarlo-, lo que vi fue realmente excepcional: me demostró que la enseñanza y la aplicación de las artes tradicionales es una forma efectiva de reintroducir las técnicas favorables al entorno natural. Adicionalmente, pueden devolver un equilibrio cultural a la mente de las personas. Mediante el fomento de una mayor (aprecio por) la antiquísima cultura tradicional de Afganistán, estas habilidades ayudan en un sentido muy práctico, contrarrestando los efectos opresivos del extremismo en todas sus formas, tanto la religiosa como la secular. Así es como funciona la sabiduría tradicional. No es una teoría o una ciencia sobre el papel. Su sabiduría se pone de manifiesto con la práctica y la acción.


Estos proyectos están muy cerca de mi corazón, pero el Centro Oxford me mantiene informado de muchos otros. En su trabajo en países musulmanes, el World Wildlife Fund (=Fondo Mundial para la Conservación de la vida salvaje) ha descubierto que, intentar transmitir la importancia de la conservación, es mucho más fácil si hace a través de líderes religiosos cuya referencia sean las enseñanzas del Qur’an. En Zanzíbar, estaban teniendo poco éxito al intentar reducir la pesca con arpón y el uso de redes barrederas, que estaban destruyendo los arrecifes de coral. Pero cuando la referencia fue el Qur’an, se dio un cambio notable de comportamiento. O en Indonesia y Malasia, donde se está deteniendo del mismo modo a los antiguos cazadores furtivos, que estaban acabando con los últimos tigres.


Y no son únicamente tales intervenciones que son importantes. Es desconcertante, por ejemplo, que el mundo moderno ignore por completo los logros tradicionales de la ingeniería en el mundo antiguo. Los Qanats de Irán, por ejemplo, aún proveen agua para miles de personas en las que, de otro modo, serían condiciones desérticas. Estos canales subterráneos -es increíble que existan 170.000 millas de ellos-, hacen descender constantemente el agua de las montañas a través de túneles, utilizando únicamente la fuerza de la gravedad. Y el agua de cada pueblo se mantiene fresca, por cierto, mediante las torres de almacenamiento que mantienen el aire circulando libremente, movido por el viento.


En España, los sistemas de irrigación construidos hace 1.200 años, siguen funcionando perfectamente, del mismo modo en que lo hace el agua que gestionan las poblaciones locales –una forma de operar concebida antes de que se desintegrara el dominio musulmán en España. El mismo tipo de esquemas de funcionamiento islámicos operan asimismo en otras partes del mundo, como en las zonas “hima” de Arabia Saudí, que reservan tierras para utilizarlas como pastos. Todos ellos son ejemplos de cómo las enseñanzas proféticas, en este caso enmarcadas en la enseñanza del Qur’an, mantienen una visión a largo plazo de las cosas, evitando el peligro de una forma de economía que busca el interés individual a corto plazo.


Estoy seguro de que si una organización como el Centro Oxford pudiera ayudar a instituir un forum global sobre “El Islam y el Medio Ambiente”, se podría difundir la aplicación de muchos otros enfoques prácticos tradicionales, que podrían ir desde la ciencia y la tecnología a la agricultura, al cuidado de la salud, la arquitectura y la educación. Pensad en lo que podría conseguirse si las madres y los padres, los maestros de las madrasas y los Imams, todos tuvieran el objetivo de mostrar a los niños cómo traducir las enseñanzas del Islam en acciones prácticas –como conjugar el conocimiento tradicional y la conciencia de las necesidades de la Naturaleza con lo mejor de lo que conocemos ahora.


Creo con toda seguridad que es algo que hemos de hacer, en relación a la última cuestión que he de mencionar a medida que termino. Quizás algunos hechos y cifras pueden demostrar por qué.


Cuando nací, en 1948, una ciudad como Lagos, en Nigeria, tenía una población de sólo trescientos mil habitantes. Hoy, sólo algo más de sesenta años más tarde, acoge a veinte millones de personas. Viven treinta y cinco personas en cada milla cuadrada de la ciudad, y su población aumenta en otras seiscientas mil personas cada año.


Escogí Lagos como un ejemplo: podría haber escogido Mumbai, El Cairo o Ciudad de Méjico; dondequiera que miréis, la población mundial está aumentando velozmente. Crece por un equivalente a la población total del Reino Unido cada año. Lo que significa que este nuestro pobre planeta, que ya está luchando para sostener a 6,8 billones de personas, de algún modo tendrá que contener a 9 billones de personas dentro de cincuenta años. En el mundo árabe, el sesenta por ciento de la población tiene actualmente menos de treinta años. Ello significará, de un modo u otro, que deberán crearse 100 millones de nuevos puestos de trabajo, únicamente en tal región, a lo largo de los próximos diez a cincuenta años.


Soy bien consciente de que en el muy largo plazo las predicciones indican que la población puede descender. Dentro de 150 años, la tendencia sugiere que pueden quedar únicamente cuatro billones de personas, quizás únicamente dos billones, pero no hay forma de escapar al hecho de que, a corto plazo, en los próximos cincuenta años, nos enfrentamos a problemas monumentales a medida que las cifras se disparan. Ninguna mega-ciudad puede nunca esperar alcanzar, con el crecimiento actual de sus números, una provisión adecuada de cuidados sanitarios, educación, transporte, comida y abrigo para tantas personas. Ni puede la misma Tierra sostenernos a todos, cuando las demandas y presiones sobre su generosidad están siendo cada vez más intensas a nivel mundial.


Sé que es una cuestión complicada. Los expertos sugieren que, en teoría, la Tierra puede sostener a 9 billones de personas, pero no si una vasta proporción (de las mismas) está consumiendo los recursos mundiales a los niveles que ahora tenemos en Occidente. Así que los cambios tienen que ser básicamente en dos direcciones. Desde luego que ayudaría si esta aceleración (poblacional) se redujera, pero también ayudaría si el mundo redujera su deseo de consumir.


He estado siguiendo cuidadosamente los hallazgos de mi Fundación Británico-Asiática en India, que ha estado ayudando a dirigir un proyecto de educación para la mujer en una región con tendencia a la sequía de Maharashtra, denominada Satara. Se han dado cuenta de que puede haber un cambio real cuando las mujeres pueden estar más implicadas en la gestión de la comunidad. La experiencia de Bangladesh es la misma. Hace mucho que me apasiona el Banco Grameen de Muhammad Yunus, en Bangladesh. Opera según esquemas de micro-crédito, que ofrecen préstamos a las comunidades más pobres, mediante un banco del que ahora son propietarios en un noventa por ciento los pobres del campo. Una cuestión interesante es que, en los lugares donde los préstamos son gestionados por las mujeres de la comunidad, ha disminuido la tasa de nacimientos. El impacto de este tipo de esquemas, que educan y proveen servicios de planificación familiar, es muy amplio. Mientras que en los años 80 la familia promedio de Bangladesh tenía seis hijos, ahora la cifra media es de tres. Pero con las mega-ciudades creciendo tal como lo hacen, temo que existan pocas posibilidades de que este tipo de esquemas puedan ayudar en la apremiante situación de tantos millones de personas, a menos que todos afrontemos, de forma más honesta de lo que lo hacemos ahora, el hecho de que la principal causa de las altas tasas de nacimiento sigue siendo cultural.


Esto plantea algunas difíciles cuestiones morales, lo sé, pero ¿no afrontamos todos la misma responsabilidad hacia la Tierra? Está claro que es el momento de preguntarnos si podemos poner de acuerdo una visión que equilibre la postura tradicional acerca de la naturaleza sagrada de la vida, por una parte y, por la otra, aquellas enseñanzas dentro de cada una de las tradiciones sagradas que urgen a la humanidad a mantenerse dentro de los límites de la benevolencia y la generosidad de la Naturaleza.


Señoras y caballeros, han soportado todo esto (esta conferencia) con paciencia y entereza. También han dado una muy buena impresión de estar escuchando a mis reflexiones personales a cerca de la perspectiva que abren las enseñanzas islámicas. He intentado transmitírselas a ustedes porque siempre me emociona (el) recordar que, desde la perspectiva de la enseñanza islámica tradicional, la destrucción de la Tierra se representa como la destrucción de un ente orante.


Independientemente de la tradición religiosa de la que procedamos, la clave de la cuestión es la misma. La herencia que hemos recibido de nuestro creador está en juego. No servirá de nada que al final del día estemos sentados entre los restos del naufragio, intentando consolarnos a nosotros mismos (diciendo) que lo hicimos por las mejores razones posibles, por el desarrollo y mejora de la Humanidad. La incómoda verdad es que compartimos este planeta con el resto de la creación por una muy buena razón –ésta es, que no podemos existir por nosotros mismos, sin la red de la vida y su intricado equilibrio a nuestro alrededor. El Islam siempre ha enseñado esto, e ignorar tal lección es fallar a nuestro contrato con la Creación.


La ideología Modernista que ha dominado la visión occidental durante un siglo da a entender que la “tradición” es una forma atrasada de ver las cosas. Lo que he intentado explicar hoy es que esto está lejos de ser verdad. La tradición es la acumulación del conocimiento y la sabiduría que deberíamos ofrecer a la próxima generación. Por ello, es visionaria –mira hacia delante.


Volviendo a las enseñanzas tradicionales, como las que se encuentran en el Islam para definir nuestra relación con el mundo natural, ello no implica encerrarnos en algún tipo de inmovilidad cultural y tecnológica. Tal como lo explicó el escritor inglés G.K. Chesterton, “El desarrollo real no es dejar cosas atrás, como en un camino, sino sacar vida de ellas usándolas como raíz”. También quisiera recordarles las palabras del muy oxfordiano C.S. Lewis, quien señaló que “A veces tienes que atrasar el reloj, si da la hora mal” –no existe nada “progresista” en ser testarudo y no querer admitir que hemos tomado el camino equivocado. Si nos damos cuenta de que estamos viajando en la dirección equivocada, lo único sensato es admitirlo y volver sobre nuestros pasos, al lugar donde nos equivocamos la primera vez. Tal como lo dijo Lewis, “Volver atrás a veces puede ser la forma más rápida de avanzar”. Es lo más progresista que podemos hacer.


Las cada vez mayores evidencias nos dicen que, ciertamente, estamos en el camino equivocado, por lo que pueden reflexionar acerca de si sería sabio utilizar la guía atemporal que viene de nuestro sentido instintivo del origen de todas las cosas, al cual estamos enraizados. Los ritmos de la Naturaleza, sus ciclos y procesos, son nuestras guías hacia esta voz increada, (creadora). Son nuestros mayores maestros, porque son expresiones de la Unidad Divina. Es por ello que hay una profunda verdad en aquél aparentemente simple, antiguo dicho de los nómadas –de que “la mejor de las Mezquitas es la misma Naturaleza”.