EL CONCEPTO ISLÁMICO DE PERFECCIÓN HUMANA.





EL CONCEPTO ISLÁMICO DE PERFECCIÓN HUMANA se publicó en el original en inglés como THE ISLAMIC CONCEPT OF HUMAN PERFECTION. Gracias a la traducción de Mariam Nur os la podemos presentar ahora en español.


Por William C. Chittick

William C. Chittick es profesor en el Departamento de Estudios Comparativos de la Universidad Estatal de Nueva York, Stony Brook. Entre sus publicaciones se encuentran “El camino sufí del amor: Las enseñanzas espirituales de Rumi” (1983), “Salmos en el Islam” (1988), “La Auto-Revelación de Dios: principios de la cosmología de Ibn al-‘Arabi” (1988), “Sufismo: Una breve introducción” (2000), y “El corazón de la filosofía islámica: la búsqueda del autoconocimiento en las enseñanzas de Afdal al-Dîn Kâshânî” (2001). Asimismo, es el autor de “La doctrina sufí de Rumi: Edición ilustrada”, publicada por World Wisdom en 2005.
El profesor Chittick es uno de los principales traductores e intérpretes a nivel mundial de la poesía mística de Jalaluddin Rumi. También ha recibido un gran reconocimiento por su traducción e interpretación de las escrituras del gran teórico y poeta sufí Ibn Arabi.

El nombre “Islam” se refiere a la religión y civilización basadas en el Qur’an, una Escritura revelada al profeta Muhammad en los años 610-632 d.C.
Aproximadamente un billón de personas son, al menos de forma nominal, considerados musulmanes, o seguidores de la religión del Islam. El Occidente moderno, por una amplia variedad de razones históricas y culturales, ha tenido tradicionalmente un interés por las dimensiones religiosas de la civilización islámica relativamente menor al de, por ejemplo, el budismo o el hinduismo. Los recientes acontecimientos políticos han llevado al Islam a la conciencia contemporánea, aunque preferentemente como un demonio al que hay que temer, más que como una religión a respetar por su sofisticada comprensión de las cualidades humanas.
Los pocos occidentales que han mirado más allá de la situación política de los países donde el Islam es dominante, han dedicado normalmente la mayor parte de su atención a las enseñanzas legales y sociales del Islam. Descubren rápidamente que el Islam, al igual que el judaísmo, está basado en una Ley Revelada, denominada en árabe Shari’a, o calle ancha. La observación de esta Ley –que cubre ámbitos tales como prácticas rituales, relaciones matrimoniales, herencias, alimentación y comercio- es obligatoria para todo musulmán. En cambio, los estudiosos occidentales han mostrado un interés mucho menor en otras dos dimensiones de la religión islámica, más internas y escondidas, principalmente debido a su escasa repercusión en la escena contemporánea. Incluso en siglos pasados, cuando el Islam era una civilización sana y floreciente, únicamente un reducido número de musulmanes convirtió estas dimensiones en su interés principal. Las dimensiones más escondidas del Islam pueden llamarse “intelectualidad” y “espiritualidad”. La primera se relaciona principalmente con la comprensión conceptual de la situación humana, y la segunda con los medios prácticos mediante los cuales se alcanza un pleno florecimiento de las potencialidades humanas. Su importancia en el presente contexto se debe a que muestran descripciones claras de la perfección humana, y marcan detalladas guías para alcanzarla. Si queremos descubrir cómo el Islam ha concebido el concepto de perfección, sin leer nuestras propias teorías en el Qur’an, o sin intentar imponer categorías ajenas a la creencia y prácticas de los musulmanes tradicionales, hemos de plantear esta pregunta a las tradiciones intelectuales y espirituales del mismo Islam.
Los musulmanes toman como referencia el Qur’an y los dichos del Profeta Muhammad, como fuentes principales de todo lo que consideran auténticamente propio. Estas fuentes dan diversas enseñanzas concernientes a la naturaleza de la realidad, las cuales son aceptadas por todos los musulmanes y, podría decirse, instilan el mito del Islam en la consciencia islámica. La expresión más sucinta de estas enseñazas se encuentra en el testimonio islámico de fe: “No hay dios más que Dios, y Muhammad es el Mensajero de Dios”. Todos los musulmanes tienen fe en Dios y en la formulación
el Qur’an, la palabra divina transmitida por el Mensajero de Dios. De manera más general, según la formulación coránica, los musulmanes creen en Dios, los ángeles, las Escrituras, los profetas, los últimos Días y la predestinación. De estos objetos de fe básicos, las autoridades más recientes derivan tres principios que forman el núcleo de toda la intelectualidad islámica: la declaración de la unicidad de Dios (tawhid), la profecía y la escatología, o el retorno a Dios. En teoría, todos los musulmanes están de acuerdo en estos conceptos, pero en la práctica han interpretado estos significados de muchas maneras. Naturalmente, la mayoría de musulmanes no están interesados en mucho más aparte del catecismo básico. La interpretación y exposición de los principios de fe se ha dejado a aquellos con una tendencia intelectual, y son estas clases sociales educadas las que fundaron las diversas escuelas de pensamiento en la civilización islámica.
La mayor parte de la vasta producción literaria de las tradiciones intelectuales y espirituales islámicas a lo largo de los siglos, ha tratado directa o indirectamente la cuestión de la perfección humana, y la forma en que ésta puede ser alcanzada. Nada es más importante en los planteamientos de la religión. Pero la visión del mundo islámica difiere profundamente de la del Occidente moderno; antes de que podamos incluso plantearnos en qué consiste un ser humano perfecto, deben mostrarse algunas tendencias generales en el pensamiento islámico. Tres de éstas tienen un interés particular: la visión teocéntrica de la realidad en el Islam, sus presuposiciones cosmológicas, y su concepto de la jerarquía.


LOS FUNDAMENTOS DEL PENSAMIENTO ISLÁMICO

El Islam se inicia con la afirmación “No hay más dios que Dios”, y todo pensamiento con elementos islámicos conlleva esta “declaración de la unicidad de Dios” –el primer principio de fe- como su punto de referencia. En resumen, Dios, la realidad última, es uno, y cualquier otra cosa distinta de Dios viene de Dios, y está relacionada con Él. No es posible una verdadera comprensión, a menos que el objeto de que se trate se defina en relación con lo divino. Todas las cosas están centradas en Dios. El teocentrismo da a la cosmología islámica sus contornos peculiares, y lo diferencia radicalmente de cualquier concepto con denominación similar en el moderno Occidente. Según el punto de vista islámico, la cosmología sirve para describir la situación existencial de los seres humanos en relación con Dios y el universo, permitiendo con ello a las personas comprender el propósito de la vida dentro del contexto del mundo que les rodea. Significativamente, aquellos musulmanes tradicionales que aún estudian y entienden las enseñanzas cosmológicas islámicas, no se sienten amenazados de ninguna manera por la cosmología contemporánea o los hallazgos de la ciencia moderna, ya que consideran que pertenece únicamente a uno de los muchos mundos de los que la cosmología islámica se ocupa.
Los pensadores musulmanes observan el mundo con una visión hacia el significado simbólico de los fenómenos. Todas las cosas son –para utilizar la expresión del Qur’an- signos (ayat) de Dios, señalando hacia realidades invisibles que yacen bajo las apariencias externas. En contraste, la cosmología moderna trata únicamente de lo que los musulmanes llaman el reino visible (shahada), por lo que no tiene nada que decir acerca de las dimensiones más significativas del universo, las realidades invisibles (ghayb) que están ocultas a la percepción ordinaria de los sentidos. Podría sugerirse que la física moderna trata ampliamente de fenómenos que no se ven, pero ello conllevaría ignorar sus cualidades inherentes, tal como se discuten en el pensamiento islámico: todo lo invisible está vivo y es consciente. El reino invisible no se encuentra en el mundo externo de la cantidad y la dispersión, sino en el mundo interno de la cualidad y la unificación. Yace en aquella dimensión de la realidad que está más allá del reino inanimado, en una curva ascendente, desde la vida a la conciencia, a la iluminación, y más allá.
El cosmos como un todo –con frecuencia definido como “todo aquello distinto de Dios”-deriva de Dios y manifiesta Sus signos. Sus dimensiones visibles e invisibles pueden ser vistas tanto de forma sincrónica como lineal en el tiempo. Desde el primer punto de vista, el universo podría compararse con un vasto globo, cuya superficie es el mundo sensorial, y cuyo centro es el Espíritu de Dios, al cual todos los ángeles y otros seres invisibles vienen subordinados.
Las cosas invisibles están más cerca de la realidad última que las cosas visibles. Por ello son más reales. Manifiestan los signos de Dios con mayor intensidad que los objetos de percepción sensorial. Como los ángeles están hechos de la luz de la autoconciencia, son manifestaciones directas de Dios, quien es “la luz de los cielos y la tierra” (Qur’an 24:35). Poseen los atributos divinos –como vida, conocimiento, voluntad, poder, habla, generosidad y justicia-, con una intensidad que no puede encontrarse en las criaturas de los mundos inferiores. En el extremo opuesto del espectro ontológico, los objetos inanimados son incapaces de manifestar estas cualidades, excepto de forma tenue e indirecta.
Aquellas criaturas que tienen tanto dimensiones visibles como invisibles –como las plantas, animales y humanos- poseen las cualidades divinas en diversos grados de intensidad. De ahí por ejemplo, que el atributo divino de la conciencia está presente sólo de manera muy débil en una planta (e incluso así de manera más bien metafórica), mientras que se muestra claramente en los animales superiores, y puede alcanzar intensos niveles de actualización en los seres humanos.
Es importante tener en cuenta el lugar especial de los seres humanos en este cuadro del cosmos. El Qur’an expresa la peculiar situación humana en su propio lenguaje mítico, cuando dice que Dios creó a Adán recogiendo un puñado de arcilla y soplando en él de su propio Espíritu. Por ello, los seres humanos representan una mezcla de arcilla y espíritu, oscuridad y luz, ignorancia y conocimiento, actividad y pasividad. De hecho, todos los atributos divinos están presentes en el hombre, aunque oscurecidos por aquellas dimensiones de la existencia que manifiestan una carencia de los mismos atributos divinos. La dimensión más invisible del ser humano refleja directamente la luz divina, mientras que la dimensión corporal o visible la refleja sólo de manera tenue, o no la refleja. Entre el Espíritu divino y el cuerpo existen muchos grados de existencia relativamente invisible, donde los atributos divinos se manifiestan a sí mismos en todo tipo de mezclas y permutaciones. Este dominio intermedio del microcosmos humano se denomina con frecuencia alma o imaginación.
Cuando tomamos en consideración la dimensión temporal de la existencia, al describir el cosmos islámico, percibimos inmediatamente que las cosas tienen un inicio y un final. En el presente momento, nos encontramos situados dentro de un dominio visible, pero en el futuro entraremos en un reino conocido como el “otro mundo”, que ahora es completamente invisible para nosotros. Allí los seres humanos enfrentarán el premio y el castigo por sus actividades en este mundo o, como la tradición intelectual prefiere plantearlo, poseerán modos de existencia totalmente apropiados a sus verdaderas naturalezas propias. Aquellos que han seguido un camino en la vida que ha fortalecido su participación interior en los atributos ontológicos luminosos de Dios, manifestarán de forma abierta y con gran intensidad las cualidades de la existencia que han adquirido, como vida, conocimiento, voluntad, poder, habla, generosidad y justicia. Pero aquellos que han dispersado su luz espiritual y no han orientado sus vidas hacia la unicidad divina permanecerán en un mundo de multiplicidad y dispersión, lejos de las cualidades luminosas que conllevan felicidad y plenitud.
Una última idea-guía acerca de la visión islámica del mundo es la de jerarquía. El cosmos recién descrito se clasifica en niveles. Así los ángeles, en relación a la intensidad de los atributos divinos que se ponen de manifiesto en ellos, están a un nivel más alto que las demás criaturas, y las criaturas cuyos cuerpos físicos están presentes en el mundo visible –seres humanos, animales, plantas y objetos inanimados- también vienen clasificados de acuerdo con las mismas cualidades. Esta clasificación en niveles es especialmente importante en el ámbito humano, donde no existen dos individuos que posean las mismas cualidades y características.
Aunque todos los seres humanos han sido creados por Dios y están obligados a servirLe, hay que tener en cuenta que “Dios no carga ninguna alma más allá de su capacidad” (Qur’an 2:286). Cada persona tiene una capacidad única para recibir las cargas de Dios. Esta capacidad se basa en diversos factores.
La tradición intelectual describe frecuentemente estos factores en términos del grado en que tal persona actúa como espejo de los atributos de Dios, y esto a su vez viene determinado por un grupo de causas secundarias relacionadas con factores como la herencia, la constitución física, la aptitud individual y el entorno.
Quizá los atributos divinos más importantes que manifiestan los seres humanos son el conocimiento y la comprensión. Ciertamente, como Franz Rosenthal ha mostrado en “Knowledge Triumphant” (“Conocimiento Triunfante”), ninguna tradición religiosa pone más énfasis en la importancia del conocimiento que el Islam. El Qur’an y las tradiciones islámicas admiten que no existen dos personas con el mismo grado de conocimiento, ya que los atributos divinos han sido distribuidos de forma desigual entre las criaturas. “Dios ha preferido a algunos de vosotros sobre los otros en provisión” (16:71). Es por lo que el Qur’an puede decir “Por encima de todo el que sabe hay un conocedor” (12:76). Se insiste repetidamente en la excelencia del conocimiento. “¿Son iguales”, pregunta el Qur’an, “aquellos que saben y aquellos que no saben?” (39:9).
Este reconocimiento de las diferentes capacidades humanas tiene profundas repercusiones prácticas a través de la historia islámica. Por ejemplo, ha implicado que las sociedades islámicas nunca hayan intentado obligar a las masas para que luchen por los ideales más altos de la religión. En cambio, el Islam ha marcado el camino de la perfección para aquellos que tienen el interés y la aptitud para emprender el duro viaje por sí mismos. Al mismo tiempo, nunca se ha dado ninguna sugerencia respecto a los límites del conocimiento que puedan definir lo que es una persona educada. Por el contrario, la búsqueda del conocimiento nunca termina, y aquellos con la preparación necesaria tienen que estar atentos al consejo con que Dios se dirige al más perfecto y conocedor (desde el punto de vista islámico) de todos los seres humanos, el Profeta Muhammad: “Di: ” (Qur’an 20:114).

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EL CAMINO A LA PERFECCIÓN

Conociendo estos presupuestos generales del pensamiento islámico, podemos dirigirnos hacia la cuestión específica de la perfección humana. Los tres principios islámicos requieren una interrelación entre todas las cosas, en un modo que está íntimamente conectado con el desarrollo humano. Primero, la declaración de la unicidad divina implica que todas las cosas vengan de Dios y vuelvan a Él. Por ello, la perfección humana requiere ser comprendida como una relación armoniosa con todo, establecida sobre la base de la unidad subyacente en la realidad. El segundo principio del Islam –profecía- marca el camino por el que la perfección puede hacerse real. El Qur’an y otras Escrituras son guía de Dios, enviadas a la humanidad para mostrar el camino al estado humano perfecto. Por sí mismos –es decir, sin la guía divina- los seres humanos permanecen ignorantes de su propia naturaleza, ya que la naturaleza humana se deriva de la naturaleza divina, y Dios en Sí mismo es imposible de conocer. Sólo es conocido en la medida en que Él elige darSe a conocer. “Dios sabe lo que hay delante de ellos y detrás de ellos, pero ellos no abarcan nada de Su conocimiento, excepto lo que Él quiere” (Qur’an 2:255). Dios se muestra a Sí mismo a través de los profetas, estableciendo la correcta relación humana con Él y con el cosmos.
El tercer principio del Islam, la escatología, trata con el modo mismo de volver a Dios. Los profetas ofrecen una guía para que los seres humanos puedan alcanzar la perfección y realizar la felicidad última, que dependerá de ser completamente ellos mismos –o ser completamente humanos, dicho de otro modo. Un aperitivo de la felicidad última puede encontrarse en cierto modo en este mundo, pero para la mayor parte se guarda para el otro mundo, donde la verdadera naturaleza de cada individuo se pondrá de manifiesto.
La cuestión de cómo se debe comprender la guía divina revelada en el Qur’an, marcó el punto en donde las diferentes perspectivas dentro de la religión empezaron a divergir. Pero hasta tiempos muy recientes, todos los musulmanes habían estado de acuerdo en que el Profeta Muhammad personificaba la guía divina hacia la perfección. Seguir al Profeta es equivalente a seguir a Dios. En las palabras del Qur’an, “Di (O Muhammad!) ” (3:31). La codificación del modelo profético se conoce como la Sunna, el hábito o costumbre del Profeta. La Sunna puede ser vista desde diversos niveles. Para empezar, establece el modelo para actuar correctamente. La Shari’a, o Ley Revelada, representa aquellos elementos de la Sunna que incumben a todos los seguidores de la religión. Todo creyente tiene que llevar a cabo las cinco oraciones diarias, ayunar durante el mes de Ramadán, pagar la tasa de caridad, etcétera. Estas actividades fueron legisladas por el Qur’an de forma general, mientras que el Profeta, a través de sus actividades específicas a lo largo de su vida, estableció los detalles de cómo tales normas y regulaciones tenían que ponerse en práctica. Ello no elimina cierta divergencia de puntos de vista acerca de lo que el Profeta efectivamente dijo e hizo. Las cinco mayores “escuelas legales” codifican el abanico tradicional de esta divergencia.
Uno de los principales resultados concretos de la concepción islámica de jerarquía tiene que ver con la orientación esotérica de la mayor parte de las enseñanzas islámicas. Las ciencias no se ocultaron a la gente, pero se admitió que no todo el mundo podría hacer un uso completo de los recursos disponibles. Aprender era considerado como una de las formas principales por la que la perfección humana podía ser clarificada y perseguida. Pero pocos individuos tenían el interés o la aptitud para llegar siquiera a una comprensión de la plena realidad de la perfección humana, menos aún para emprender el disciplinado entrenamiento que lleva hacia la misma. Al mismo tiempo, se reconoció que no todos los buscadores iban a alcanzar el mismo estado de perfección, ya que cada ser humano muestra una capacidad única para saber y comprender, y Dios espera de cada persona únicamente “en la medida de su capacidad” (Qur’an 2:286).
A grandes rasgos, esta visión jerárquica de conocimiento y la enseñanza implicaba esperar que todos los musulmanes siguieran la Ley Revelada, ya que era necesaria una mínima comprensión de las enseñanzas islámicas, accesible a cualquier persona sana, para poner en práctica los mandatos básicos de la Ley. Por ello, la Ley islámica define un adulto simplemente como una persona que ha alcanzado la madurez física en el control de sus facultades racionales. Todos los que se convierten en adultos tienen que observar los diversos aspectos de la Ley, mientras que antes de convertirse en adultos no responden ante Dios por las órdenes del Qur’an. Desde el punto de vista de la Ley Revelada, la “perfección humana” no puede significar otra cosa que la observación cuidadosa de los aspectos legales del Qur’an, y la imitación de la Sunna del Profeta. La Ley tiene que ver únicamente con actividades, y no pregunta sobre las intenciones o las dimensiones morales y espirituales de la persona que lleva a cabo la actividad. En la medida en que concierne a la Ley, se trata de la forma correcta o incorrecta de hacer las cosas, no del amor a Dios y al prójimo, o las actitudes morales y la realización espiritual que complementan interiormente esta acción correcta.
Las dimensiones intelectuales y espirituales del Islam toman el concepto legalista de adultez como el primer paso en un proceso de realización completa de la humanidad, un proceso que ocupará a una persona hasta el fin de su vida. El Profeta tenía cualidades intelectuales, morales y espirituales que son más centrales a la perfección humana que la actividad en sí misma. La actividad, al fin y al cabo, mientras responda a ciertas circunstancias externas, tiene que basarse realmente en las dimensiones internas e invisibles del ser humano, que precisamente separan a los seres humanos de las otras criaturas. Pero la mayor parte de seres humanos son apenas conscientes de que existen estas dimensiones invisibles, y no tiene sentido explicárselo a menos que tengan capacidad de comprender. Y entonces aún tienen que descubrir la significación práctica de estas dimensiones por sí mismos.
La Ley provee el marco dentro del que pueden nutrirse y protegerse los atributos morales y espirituales potenciales de la naturaleza humana, pero no puede garantizar su crecimiento continuado; ni todas las personas tienen la capacidad de dedicarse a desarrollar y fortalecer estas cualidades.
La Ley estipula los requisitos mínimos para alcanzar los estándares divinos para la humanidad, y para alcanzar el objetivo de la existencia humana. Si se observa la Ley, “hasta el límite de la propia capacidad”, Dios lo considerará para que la persona termine en un estado feliz de existencia tras la muerte. Pero las capacidades son diversas. Lo que es suficiente para la salvación de una persona puede ser insuficiente para otra, desde el momento en que Dios pide “en la medida de la capacidad”. Las personas pueden observar la Ley y, sin embargo, vivir por debajo de sus capacidades. En otras palabras, pueden tener la aptitud para desarrollar sus dimensiones intelectuales y espirituales, pero no alcanzar esto, al estar distraídos por los asuntos de “este mundo”, o sea, cualquier cosa que les aparte de la actividad en beneficio de Dios y de la comprensión con una mirada hacia Dios.
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EL OBJETIVO DE LA VIDA HUMANA

Estas dimensiones del Islam, dedicadas a proveer líneas-guía para el desarrollo de las posibilidades completas de la naturaleza humana, se institucionalizaron de diversas formas. Muchas de ellas pueden agruparse bajo el nombre “Sufismo”, mientras que otras se pueden designar mejor con nombres como “filosofía” o “gnosis chiíta”. En general, estas escuelas de pensamiento y práctica comparten ciertas enseñanzas acerca de la perfección humana, aunque también difieren en muchos puntos. Aquí podemos sugerir algunas ideas que pueden encontrarse en la mayor parte de estas aproximaciones.

Los seres humanos son los vicerregentes de Dios (Khalifa), o sus representantes en este mundo. El cosmos como un todo representa una muestra infinitamente vasta de los signos de Dios. Todos los atributos divinos vienen reflejados en una inabarcable diversidad a través de las miríadas de mundos y las criaturas esparcidas en ellos. Pero los seres humanos son microcosmos. Igual que el universo refleja todos los atributos divinos en una exposición infinitamente vasta, al mismo tiempo los seres humanos reflejan todos los atributos divinos en una unidad concentrada. El hombre es la imagen de espejo tanto de Dios como del cosmos. Como el hombre encuentra todas las cosas dentro de su propio ser y conciencia, puede gobernar el mundo exterior. Reconoce todas las cosas dentro de sí mismo y, conociéndolas, puede controlarlas. Esto le provee las cualidades necesarias para ser el vicerregente de Dios. Pero por el mismo motivo, es responsable de la forma en que interactúa con las criaturas bajo su poder.
El modelo para conseguir la perfección humana, también llamada la “vicerregencia de Dios”, viene establecido desde el mundo divino, o sea –en el sentido islámico- el Qur’an. Sin seguir la guía establecida en las Escrituras, los seres humanos van a quedarse cortos en alcanzar su plena humanidad, y no alcanzarán la felicidad última, que depende de ser verdaderos con respecto a su propia naturaleza. La guía divina revelada en el Qur’an está personificada por el Profeta Muhammad. Así, su mujer A’isha remarcó que aquellos que quisieran recordar a Profeta deberían leer el Qur’an, desde el momento en que “su carácter es el Qur’an”. Pero emular el modelo profético no significa simplemente actuar de acuerdo a la actividad externa del Profeta: comporta también la asimilación de sus rasgos morales y espirituales. En otras palabras, el Qur’an y la Sunna representan la guía de Dios para la actualización completa de la perfección humana en todo nivel, desde los nieles más externos –aquellos de la actividad y las preocupaciones sociales- a los niveles más internos, como el conocimiento, la moralidad, el amor, la espiritualidad, y toda virtud humana.
Todos los atributos humanos son en verdad atributos divinos. Igual que el cosmos y todo lo que hay en él no son más que los signos de Dios, igualmente el hombre y todo lo que hay en el son signos de Dios. Cualquier rasgo positivo que muestre un ser humano deriva de Dios. Todo el conocimiento humano representa un tenue reflejo del conocimiento divino, al igual que todas las virtudes –generosidad, justicia, paciencia, compasión, gratitud, amor- son manifestaciones de cualidades divinas. Un ser humano no posee nada positivo que pueda reclamar como suyo, desde el momento en que todo pertenece a Dios. Esto se aplica también para otras criaturas, pero a los seres humanos, debido a su peculiar configuración de síntesis, que abarca todos los atributos divinos, se les tiene por responsables de sus propias elecciones y actividades. El hecho de que la mayor parte de ellos vivan en el olvido (ghafla) de lo que deben a Dios, no les excusará de ser llamados para rendir cuentas. (Este concepto de olvido, debería remarcarse, es todo lo que el Islam se acerca al concepto de pecado original).
Las personas están profundamente equivocadas cuando identifican cualquier cosa positiva como propia. Esto se aplica no sólo a las posesiones externas, que son un préstamo por parte de Dios, sino también a las posesiones interiores, como las actitudes y características, que conforman sus identidades específicas. La única cosa que los seres humanos pueden reclamar por derecho como propia son aquellos atributos que definen la distancia que les separa de Dios. La existencia y todo lo que conlleva –como la vida, el conocimiento, la voluntad y el poder- pertenecen estrictamente a Dios, mientras que la no-existencia y sus cualidades concomitantes –como la ignorancia, la necesidad, la muerte y la debilidad- pertenecen específicamente a la criatura.
Los seres humanos por sí mismos no son nada, pero como representantes de Dios lo son todo, desde el momento en que manifiestan todos los nombres y atributos divinos. De todas formas, la naturaleza real de este “todo” es básicamente indefinible, ya que su modelo es Dios, que es incognoscible en último término. La perfección humana completa implica la actualización de todos los atributos divinos presentes en la configuración humana, y por ello implica entrar en lo indefinible. Cuando los seres humanos identifican los contenidos positivos de sus personas con cualquier atributo o definición específico, han fallado en alcanzar su verdadera naturaleza. La perfección requiere apartar todos los atributos y definiciones, desde el momento en que son limitaciones. Los seres humanos perfectos manifiestan todos los atributos divinos, por lo que no son definidos por ninguno de ellos. Ellos emplean cada atributo divino en las circunstancias apropiadas, reconocen todas las cosas por lo que son, e interactúan con todas las criaturas de acuerdo con las realidades de estas criaturas.
Aunque en teoría cualquier ser humano puede alcanzar la plenitud de la perfección humana, en la práctica únicamente una minúscula minoría la alcanzará. De todas formas, la mayoría tendrá los beneficios concedidos al estado humano si observan la Ley y se esfuerzan en la medida de sus capacidades, beneficiándose asimismo gracias a todos a aquellos que consigan la perfección humana, desde el momento en que son vicerregentes que actúan como intermediarios entre Dios y el cosmos, sirviendo como canales para la nutrición divina que sustenta el mundo.
El propósito del orden social es proveer un marco estable en el que pueda alcanzarse la perfección humana, siendo el resto de objetivos secundarios. Cuanto más olvida una sociedad el propósito de la existencia humana, más se aparta de la legitimidad. Es deber de los educados el preservar en la mayor medida posible las enseñanzas y prácticas de la religión, de forma que el máximo número posible de personas pueda alcanzar la felicidad última, y la puerta de la perfección humana permanezca siempre abierta.
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LA SITUACIÓN ACTUAL

En los últimos doscientos años hemos sido testigos de profundos cambios en la situación social y política de los países islámicos. Por un gran número de razones, no siendo las menores de las cuales las presiones de la intervención política y el colonialismo cultural occidental, las tradiciones intelectuales y espirituales islámicas se han convertido en periféricas, si no externas, a los eventos que están teniendo lugar en el mundo islámico. El sistema de educación tradicional estaba estructurado de forma que animaba a una búsqueda sin fin por el conocimiento, y establecía relaciones personales cercanas entre maestro y estudiante o, mejor, maestro y discípulo. La educación se veía como un proceso de toda la vida, para desarrollar la personalidad humana en el sentido más completo, especialmente en sus dimensiones morales y espirituales. Los estudiantes más dotados venían animados por su deseo innato de aprender, en un sistema que enfatizaba la práctica tanto como la teoría, para una búsqueda personal del tawhid, o relación correcta entre ellos y Dios en los niveles más profundos de consciencia y existencia.
Como resultado de los amplios cambios que han tenido lugar en el mundo islámico, la naturaleza y objetivos de la educación han sido alterados radicalmente. Para estar a la altura del reto de las potencias occidentales, las autoridades políticas han dirigido todos sus esfuerzos hacia el entrenamiento de personas jóvenes, según las normas de la educación occidental. El gran deseo de “desarrollo” ha llevado a un segundo plano la mayor parte de preocupaciones tradicionales. Los estudiantes más dotados son atraídos a campos como la ingeniería y la medicina, mientras que únicamente una pequeña minoría sigue el camino educativo tradicional. Incluso en tiempos pasados, únicamente un número relativamente pequeño de personas educadas tenía la cualificación y aspiraciones adecuadas para llegar a un entendimiento de la naturaleza de la perfección humana y entrar en el camino de conseguirla. Ahora, prácticamente todos los jóvenes son llevados a campos que ofrecen resultados rápidos y concretos, y los poseedores de la enseñanza tradicional vienen presionados para transmitir sólo los aspectos básicos de la Shari’a. Se ha hecho más y más difícil encontrar estudiantes preparados para recibir las mucho más sofisticadas enseñanzas intelectuales y espirituales.
Es cierto que no todos los jóvenes musulmanes intelectualmente dotados están estudiando disciplinas occidentales modernas, pero incluso la mayor parte de aquellos que estudian sus propias tradiciones lo hacen según las normas occidentales de aprendizaje. Las “ediciones críticas de textos” se publican habitualmente, aunque con frecuencia los contenidos de tales textos no son comprendidos, y desde luego no son percibidos como un programa para la vida humana. En la medida en que se ha establecido la “objetividad” al modo académico occidental, la tradición espiritual viva ha sido ahogada. La educación ha dejado de ser un fin en sí misma, un camino que lleve a la actualización de los ideales más altos de una religión. Por el contrario, se ha convertido en una cuestión de políticas de desarrollo. Los objetivos nacionales y sociales toman prioridad, y la misma idea de que pueda existir un camino individual hacia la perfección humana es ridiculizada. El Islam ya no es un amplio camino que busque llevar la felicidad más alta al mayor número de personas, y la perfección humana a algunos más dotados, sino una herramienta ideológica, servidora de los objetivos de las diversas facciones políticas.
Hasta el punto de que, cualquier idea de perfección humana en términos islámicos, se orienta ahora hacia objetivos políticos y sociales –objetivos inspirados por aquellas corrientes dominantes en el mundo moderno, que ven la ganancia material como el máximo bien.
Algunos observadores occidentales nos dicen que los muy visibles movimientos que se encuentran hoy en los países islámicos representan un retorno a los ideales islámicos. Pero aquellos más sensibles a las dimensiones intelectuales y espirituales del Islam saben que la mayor parte de la actividad a la que asistimos representa una destrucción intensificada de los valores islámicos. El concepto islámico de perfección humana se ha eliminado de la escena, para ser sustituido por varios tipos de comportamiento humano orientado hacia el exterior, que se han tomado prestados de las ideologías contemporáneas. Los musulmanes tradicionales siguen su búsqueda personal silenciosamente, mientras que los modernos zelotes gritan eslóganes desde los púlpitos, con el ánimo de reformar a todos excepto a sí mismos.
Los movimientos modernizadores del Islam han tenido una preocupación especial con la reformulación del concepto de perfección humana. Para “llevar el Islam al mundo moderno”, era necesario dar un nuevo retrato del ideal humano, el Profeta Muhammad. La tradición islámica como un todo, y la su aspecto espiritual en particular, siempre habían reconocido las dimensiones supra-mundanas de la personalidad del Profeta, dimensiones que se siguen de la misma definición de perfección humana. Los primeros modernizadores musulmanes, en su celo por establecer un objetivo de la vida humana que estuviera de acuerdo con la idea de “reforma” al modo occidental, empezaron desde el principio a “desmitologizar” la personalidad del Profeta. La tradición había durante largo tiempo interpretado el versión del Qur’an “Di: Soy sólo un ser humano como vosotros” (18:110) como una negación del encarnacionismo al estilo cristiano, y una confirmación de la idea de que todos los seres humanos están hechos según el modelo divino, y deberían aspirar a la perfección completa. Para los modernizadores, esta afirmación se tradujo como que las aspiraciones del Profeta no eran más altas que las suyas propias. Cuando se le ordenó decir, “Mi Señor, aumenta mi conocimiento”, tendría la química y la ingeniería en mente. En resumen, rechazando la dimensión sublime de la personalidad del Profeta, los modernistas fueron capaces de desviar la atención de la posibilidad de perfección, en otro modelo que no fuera el definido por las categorías políticas y sociales derivadas de Occidente.
Más recientemente, algunos grupos modernistas –incluyendo algunos percibidos en Occidente como fundamentalistas- han intentado eliminar completamente el modelo profético, proclamando que “el Qur’an es suficiente para nosotros”. Sin la guía del Profeta y de las autoridades tradicionales, el Islam se convierte en un arma que puede ser utilizada por cualquiera con cualquier propósito. La perfección humana es lo que tú digas que es, y tu punto de vista es tan bueno como el de cualquiera. En resumen, la entrada del Islam en la escena política moderna ha significado el eclipse de las dimensiones más elevadas y más sofisticadas de la religión. Una élite intelectual que había sido capaz antes, a través de las enseñanzas, la escritura y la influencia personal, de mantener el objetivo de la perfección espiritual humana siempre a la vista, prácticamente ha desaparecido, para ser sustituida por ideólogos con prescripciones para la mejora humana extrañas a la tradición. La supervivencia del Islam como una religión que sirve a las más altas aspiraciones humanas depende en gran manera de la capacidad de los musulmanes para reclamar su herencia espiritual eclipsada.

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* Este artículo apareció en el ejemplar de Febrero de 1991, y se reimprime con permiso de The World & I, una publicación de The Washington Times Corporation, copyright © 1991.



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