Tal como se ha señalado (anteriormente), la Sharî’ah es la Ley Divina, en virtud de cuya aceptación las personas se convierten en musulmanes. Sólo viviendo de acuerdo con la misma, puede el hombre ganar el equilibrio que es la base necesaria para entrar en el Camino o Tarîqah. Únicamente un hombre que puede caminar sobre tierra llana puede confiar en subir una montaña. Sin tomar parte en la Sharî’ah, la vida de la Tarîqah sería imposible. De hecho, esta última está entretejida, en sus prácticas y actitudes, con las prácticas prescritas por la Sharî’ah.
Algunos de los maestros sufíes tradicionales, especialmente aquellos de la orden Shadhiliyah, han utilizado el símbolo geométrico del círculo para describir la relación entre estas dimensiones fundamentales del Islam. Desde cualquier punto en el espacio se puede generar un círculo conteniendo un número indefinido de radios, que conectan todo punto de la circunferencia del círculo con el Centro. La circunferencia es la Sharî’ah, cuya totalidad abarca el conjunto de la comunidad musulmana. Cada musulmán, en virtud de su aceptación de la Ley Divina, es un punto sobre este círculo. Los radios simbolizan las Turuq (plural de Tarîqah). Cada radio es un camino que lleva desde la circunferencia hasta el Centro. Y los sufíes dicen que hay tantos caminos hacia Dios como hijos de Adán. La Tarîqah, que existe bajo muchas formas diferentes, según los diferentes temperamentos espirituales y las necesidades de los hombres, es el radio que conecta cada punto con el Centro. Es únicamente en virtud de estar situado sobre la circunferencia, o sea, de aceptar la Sharî’ah, que el hombre puede ver ante sí el radio que le conduce al Centro. Únicamente siguiendo la Sharî’ah se puede hacer realidad la posibilidad de abrir la puerta a la vida espiritual.
Samarkanda. Uzbekistán.
Finalmente, en el Centro está la Haqîqah o Verdad, que es la fuente tanto de la Tarîqah como de la Sharî’ah. Igual que en geometría el punto genera tanto los radios como la circunferencia, metafísicamente la Haqîqah crea tanto la Tarîqah como la Sharî’ah, Haqîqah o Centro que está “en todas partes y en ningún lugar”. Tanto la Ley como el Camino han sido llevados a la existencia de forma independiente por Dios, quien es la Verdad. Y ambos reflejan el Centro de formas diferentes. Participar en la Sharî’ah es vivir en el reflejo del Centro o Unidad, porque la circunferencia es el reflejo del Centro. Por ello, es la causa suficiente y necesaria de vivir una vida completa y “salvarse”. Pero siempre existen aquellos cuya constitución interna es de tal forma, que no pueden vivir únicamente en el reflejo del Centro, sino que buscan llegar hasta él. Su Islam es caminar sobre el Camino hacia el Centro. Para ellos, la Tarîqah es el medio providencial por el que pueden alcanzar ese Fin u Objetivo final, esa Haqîqah que es el Origen de todas las cosas, desde la cual se origina la tradición integral que comprende la Ley y el Camino, o la circunferencia y los radios.
Aunque el Islam en su totalidad ha sido capaz de preservar a lo largo de su historia un equilibrio entre las dos dimensiones de la Ley y el Camino, ocasionalmente han surgido quienes han enfatizado el uno a expensas del otro. Han sido aquellos que han negado los radios en favor de la circunferencia, que han negado la validez de la Tarîqah a la luz de la Sharî’ah. Algunos de ellos han tenido la función, como guardianes de la Sharî’ah, de defender su absoluta necesidad, mientras en otro nivel han aceptado, e incluso participado ellos mismos en la Tarîqah. Tales hombres son denominados ‘ulamâ’ al-zâhir, los doctores de la Ley, cuyo deber es guardar y preservar las enseñanzas de la Ley Sagrada. Otros han llegado al punto de negar completamente el Camino, satisfaciéndose únicamente con una interpretación externa de la religión. Son los ‘ulamâ superficiales (qishrî), que romperían la balanza y el equilibro entre las dimensiones exotéricas y esotéricas, en el caso de que dominaran el total de la comunidad musulmana. Pero, aunque determinada tendencia muy conectada con esta visión ha ganado ascendencia en determinados ámbitos, como reacción contra el occidente moderno, tal punto de vista nunca ha prevalecido en el conjunto de la ortodoxia, permaneciendo en una posición periférica. Para la vasta mayoría de los musulmanes ortodoxos, el sufí sigue siendo un musulmán devoto, que es respetado por la profundidad de su vida religiosa, aunque no todo lo que hace o practica sea conocido o comprendido por el resto de la comunidad en general.
Por otro lado, también han existido aquellos que han intentado ocasionalmente romper el equilibrio en favor de la Tarîqah, como si fuera posible que existiera el Camino en el mundo, sin la Ley que es su escudo exterior y lo protege de la influencia abrasadora del mundo. De hecho, muchos de los movimientos que han terminado en la creación de sectas, o incluso en desviación y ruptura total con la ortodoxia del Islam, han tenido lugar como intentos de exteriorizar el esoterismo sin el apoyo de la Sharî’ah. En general, muchas sectas pseudo-religiosas y desviadas, se inician en un ámbito esotérico que, al romper el molde protector de la Sharî’ah, se desvían de su naturaleza original, dando como resultado pequeñas sectas relativamente inocuas, hasta pseudo-religiones realmente dañinas, en función del clima en que crezcan tales movimientos.
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Córdoba. España.
De todos modos, el Islam en su totalidad, ha sido capaz de preservar este equilibro entre lo exotérico y lo esotérico, o lo tafsir y lo ta’wil, en lo que respecta a la interpretación coránica. La ortodoxia predominante en la comunidad musulmana ha sido siempre capaz de prevalecer y de impedir, tanto que la Ley ahogue al Camino, como que el Camino rompa el molde de la Ley, destruyendo con ello el equilibrio de la sociedad islámica. La vitalidad religiosa y espiritual del Islam ha venido de la presencia de ambas dimensiones en todas las épocas, habiendo constituido una tradición religiosa integral, capaz de crear una sociedad religiosa y las normas para una vida espiritual interior. Según la conocida imagen sufí, el Islam sería como una nuez, en la que la cáscara es como la Sharî’ah, la nuez como la Tarîqah, y el aceite, invisible aunque presente, la Haqîqah. Una nuez sin cáscara no podría crecer en el mundo natural, y sin interior, no tendría un final o propósito. La Sharî’ah sin la Tarîqah sería como un cuerpo sin alma, y la Tarîaqh sin la Sharî’ah se habría privado de soporte externo, por lo que simplemente no podría subsistir y manifestarse en este mundo. Para la totalidad de la tradición, tanto la una como la otra son absolutamente necesarias.
Muchos de los dichos de los maestros sufíes, que en la superficie parecen romper o negar la Sharî’ah, deben comprenderse en el contexto de las condiciones que prevalecían en su momento, y la audiencia a quien iban dirigidas. Si un Hafez escribió que uno debe tirar lejos su alfombra de oración, o un Ibn ‘Arabi escribió que su corazón era el templo de los adoradores de ídolos, ello no implica que tales maestros estuvieran negando la Ley Divina. De hecho, se estaban dirigiendo a una audencia para quienes la práctica de la Sharî’ah se daba por sentada, y les estaban invitando a trascender el mundo de las formas, penetrando en el significado interior de la Sharî’ah. Existe un mundo de diferencia entre una comunidad en la que todo el mundo practica la Ley Divina, y uno en el que nadie lo hace.
Hoy en día, muchos quieren trascender el mundo de las formas, sin poseer las formas. Quieren quemar los rollos, por utilizar un término budista, sin tener los rollos. Pero el hombre no puede tirar lo que no tiene. Los sufís que invitaban a otros a rechazar las formas externas, se estaban dirigiendo a personas que ya poseían estas formas. No había el peligro de caer por un abandono de las formas; la Sharî’ah estaba siempre presente, para impedir tal peligro. Hoy existen muchas personas que viven sin una forma religiosa, y confunden la trascendencia de las formas de lo alto, con la caída por abandonar las formas. La Tarîaqh no puede alcanzarse más que a través de la Sharî’ah, y la negación aparente del Camino no lo es de la Sharî’ah en sí misma, sino de limitar la Verdad a las formas externas únicamente. Nada más lejos de la intención de los sufíes que romper con la Sharî’ah e introducir algún tipo de individualismo o revuelta contra las formas religiosas, que algunos modernistas quisieran llevar a cabo en nombre del sufismo. La libertad que provee la Tarîqah a través de la aceptación y consiguiente trascendencia de las normas de la Ley Divina, está en las antípodas de la “libertad” cuantitativa o del rechazo de la Ley Divina. Uno se parece al otro en el mismo sentido en que Satán es el mono de Dios. Únicamente un alma simple, o alguien que no quiere comprender, puede confundir una libertad con la otra. No se puede rechazar un exotericismo en nombre de un esotericismo que no se posee. El árbol se juzga por su fruto, por lo que no se necesita una prueba mejor de la futilidad de tales intentos, que el amargo fruto que han dado.
Ni se necesita una prueba mejor de la conexión interna entre la Tarîqah y la Sharî’ah, que el hecho de que en muchas regiones del mundo el Islam se extendió a través del sufismo. En ciertas áreas de la India, en el Sudeste de Asia y en la mayor parte de África, el Islam se extendió primero a través del ejemplo personal de los maestros sufíes y del establecimiento de alguna orden sufí. Únicamente después se difundió la Sharî’ah y el Islam fue ampliamente aceptado. Si el sufismo hubiera sido una intrusión extraña en el Islam, como muchos orientalistas quisieran hacernos creer, ¿cómo hubiera podido servir de punta de lanza para la difusión de la Sharî’ah? Es el vínculo interno entre la Ley y el Camino el que ha hecho posible la difusión del Islam en muchas zonas, a través de maestros y santos sufíes que han dado un ejemplo viviente de la espiritualidad islámica.
De: Ideales y Realidades del Islam, S H Nasr.
Shiraz. Irán.